Todos duermen y yo, intranquilo,
me levanto y voy hacia la cocina. Todo sigue en el mismo lugar que hace media
hora, nada ha cambiado, la ventana entreabierta deja pasar la luz de la calle.
El último vaso de leche reposa sobre el fregadero junto a los otros tres.
Sí es el cuarto vaso de leche que
me he tomado, con su azúcar y un poco de ese café descafeinado de oferta del
supermercado que compra mi mujer. Debería dejar de tomar tanta leche, no me
sienta bien y el médico me ha dicho que no tolero la lactosa, ¿qué sabrá ese?
Toda mi vida la he tomado y me ha sentado bien, desde niño con pan y sin pan,
con azúcar y sin ella, con hambre y sin hambre. Lo que no me sienta bien es
esta maldita vida que llevo siempre trabajando, no he tenido un solo día de
descanso hasta ahora, y claro, a mis años ¿qué voy a hacer ya? “No eres
necesario, vamos a prescindir de ti, es hora de viajar” Cincuenta malditos años
de mi vida en el mismo sitio partiéndome el lomo por sacar la fábrica hacia
delante. El nuevo director ha llegado con fuerza, es duro que te despidan, y,
mucho más cuando es tu propio hijo.