Me despierto cada mañana con el
ruido de los pajaritos y salgo de mi
madriguera para enfrentarme a un nuevo día. Estiro lentamente mis patas
delanteras, mis patas traseras, muevo mi cola con gracia y agilidad mientras sé
que algunas de las ardillas que viven en el majestuoso árbol que hay junto a la
entrada de mi casa, me observan burlonas.
Mi olfato y mi astucia es lo que
me ha ayudado a salir de más de uno de los problemas en los que me he metido, y
es que para un lobo, a veces sobrevivir no es fácil… Algunos ya sabéis que
tenemos fama de ser los malos del cuento siempre. Pero no siempre lo que parece
real lo es.
Es la hora de mi desayuno, y
aunque he probado a comer bayas del bosque, manzanas, peras, nueces… no me
sientan nada bien y mi estomago se muere por un trocito de carne tierna y
jugosa. Puedo escuchar lo que dicen los conejos, que ajenos a mí saltan sobre
la hojarasca mientras corretean por el bosque. Me abalanzo sobre el más grande,
un conejo marrón que emite un chillido débil aunque lo suficientemente sonoro
como para advertir de mi presencia a los demás conejitos que huyen.
No puedo más que decir que ha
sido un bocado dulce, tierno y exquisito. Sus huesos sonaban al ir partiéndose
en mi boca como un chasquido sublime para mis oídos. Es hora de disfrutar de
una pequeña siesta, después de todo, hoy no tengo demasiado entretenimiento
aquí en el bosque.
Mira, por ahí viene la niña esa que pasa cada día
con su chaqueta roja. La niña a la que todos los animales del bosque llaman Caperucita Roja. Una niña arrogante e
insidiosa que se pasea cada mañana con la cestita de dulces para su abuela.
¿Y si me como a la niña? Lo mismo
me indigesto, mejor que no, que luego uno coge fama y ya no se la quita nadie.
Ya coge una florecita de aquí, ya
la coge de allí. La he visto coger renacuajos en la charca, y luego los deja
fuera del agua para que se mueran…
Por más lobo que sea todavía no lo entiendo,
¿cómo se le ocurre a sus padres mandar a una niñita al bosque a ver a su abuela?,
y es que, no sé si son mis años o el tiempo que he estado encerrado, pero, no
es normal... y, ¿cómo puede estar una pobre viejecita viviendo sola en una zona
tan aislada en el bosque? La pobre abuelita, con su pelito gris perlado,
siempre espera a la niña cada mañana.
Hoy no le voy a decir nada a la
tonta esa de Caperucita Roja. Se va a quedar con las ganas, a mí qué me importa
adónde va, ni qué lleva en la cesta. Si total, aquí la única humana que vive,
es su tierna abuelita.